El color morado, del feminismo a la feminidad
Pobre color morado, violeta, púrpura…has pasado de ser el símbolo de la lucha feminista a ser un color “de niñas”. Parece que a los popes del marketing no les ha bastado con llenar las estanterías de las jugueterías, de los estantes de las tiendas de ropa y a casi todos los personajes femeninos de los dibujos animados del omnipresente rosa. No, ahora resulta que el morado también es un color de niñas. ¿Qué habrá hecho el pobre color para que lo bajen de división y pase a representar a la mitad de la infancia? A esa mitad a la que siguen pretendiendo imponer el camino de la dulzura, de la candidez, de la sumisión en definitiva. Porque no nos engañemos, la separación por colores que marca a las niñas y los niños desde que nacen o si tienen suerte desde que se socializan fuera de su familia, les indica el camino a seguir. Y el “camino de los niños” les limita, les condiciona, les resta libertad y constriñe su personalidad. Pero el de las niñas, además de todo eso, las lleva a ser ciudadanas de segunda categoría.
Fijaos si tendrá importancia el mercado en esta cuestión (como en tantas otras) que me comenta la mamá adoptiva de un niño de diez años que cuando llegó él de Filipinas no tenía prejuicios relacionados con el color, la ropa, el aspecto externo. Sin embargo, después de pasar un año en España, ¿adivináis lo que pasa? Sí, eso mismo, no quiere utilizar ropa, pulseras, paraguas, lo que sea que huela aunque sea de lejos a femenino según los parámetros actuales que invaden nuestros espacios públicos. Y no digo yo que Filipinas sea un país con unos índices de igualdad fantásticos. Desde luego que no. Pero no deja de ser curioso el poder de la publicidad, de las estrategias comerciales de las grandes empresas que consiguen hacer que un color caiga en desgracia para alegría de sus negocios.