Ni Gutman ni Estivill
La maternidad nos convierte muchas veces en un frágil barco a la deriva que depende de los vientos de diferentes intereses para navegar o hundirse. Inmersas en la tormenta de hormonas que no cesa, buscamos apoyo para resolver las nuevas situaciones que nos encontramos. Unas veces necesitamos saber: ¿por qué este bebé no duerme nada? ¿es esto normal? Y en otras ocasiones buscamos explicaciones a la angustia, la tristeza, la indescriptible alegría o la fusión sentimental que nos provoca la personita que ha aparecido en nuestras vidas.Y ahí aparecen supuestos entendidos en el sueño de los niños y las niñas que ni son pediatras ni psicólogos ni especialistas en infancia pero oye, mal traducen el libro de un americano, Ferber, y aprovechando el tirón, se forran. Y si por el camino traumatizan a una parte de la futura población adulta por dejarlos llorar en soledad hasta la extenuación, no pasa nada mamá, no te sientas culpable, es lo mejor para toda la familia.
Aparecen también expertas que nadan la mar de contentas en el océano de la gran culpa de las madres que crían sin tribu. Las madres que contra viento y marea intentan sobrevivir a la crianza en este mundo hostil y que están sensibles porque ni duermen ni tienen apoyo de su entorno. Tienen que capear el temporal profesional como pueden y, mira tú qué tontería, les da por sentirse culpables porque creen que no llegan a todo, que no les da la vida y que no lo están haciendo bien.
Y como el concepto de la sombra de Jung viene que ni pintado, la gurú lo exprime hasta el límite y construye todo un andamiaje pseudofilosófico en torno a la crianza. Entonces la gurú nos dice que la culpa de los males del mundo la tenemos nosotras las madres, que no criamos como es debido.
Así que la culpa, por exceso o por defecto, se convierte en un botín muy deseado que se transforma en derechos de autor/a y nos fastidia la existencia a nosotras y a nuestros peques.