El burkini mental
Estos días me acuerdo de Fátima Mernissi. Su obra “El harén en Occidente” gira en torno a las diferentes formas de opresión que sufrimos las mujeres y a la interpretación que hacemos de ellas. Fátima cuenta que, en Estados Unidos, entró en una tienda a comprarse una falda y la dependienta le preguntó qué talla necesitaba. Ella no lo sabía. El “tallaje” no se usaba en Marruecos, su país. La dependienta la examinó y concluyó que necesitaba una talla 46 o 48 y en aquella tienda, no tenían tallas de ese tamaño. Fátima, perpleja, descubrió que era una mujer de talla grande. En occidente, claro. En Marruecos la piropeaban por sus caderas.
Crecemos con la imagen de las mujeres musulmanas en el harén recluidas, sumisas, condicionadas en sus vestimentas y comportamientos por una cultura patriarcal. Y mientras tanto no somos conscientes de las imposiciones machistas a la que nos somete nuestro sistema, tan moderno, tan libre. Depilación, delgadez, juventud eterna. Y aún pensamos que nuestros gobiernos europeos, tan implicados ellos con la igualdad, se preocupan por las mujeres musulmanas y las ayudan a liberarse de su opresión arrancándoles el burkini en una playa cualquiera. Y dormiremos tranquilos porque hemos liberado a esas pobres mujeres, que seguramente no volverán a ir a la playa porque son incapaces de vestir un bañador occidental (y las razones son de ellas, cada una tendrá las suyas).
Mientras tanto, las adolescentes europeas, muy libres ellas, seguirán pasando hambre para mantener las caderas infantiles y suspirarán por aumentar el tamaño de sus pechos en un quirófano. Soportarán relaciones de dependencia con sus novios y estarán orgullosas de lo celosos que son. Bastantes sufrirán malos tratos y algunas, demasiadas, serán asesinadas por aquel que tanto las quería, eso sí, con su talla 38. Y las mujeres de cierta edad lucharán sin tregua contra los kilos y las arrugas, en una batalla tan absurda como imposible de ganar.
Así, miramos con lástima a las pobres mujeres que se ponen un burkini para ir a la playa o a las deportistas que compiten cubiertas con hiyab y no somos conscientes de que las mujeres de este lado del mundo sufrimos otra discriminación mucho más sofisticada porque viene recubierta de una falsa libertad.