Educación activa para la igualdad
Me interesa mucho la educación activa. Otras personas la llaman educación libre o educación democrática, aunque esta última forma es más habitual en el mundo anglosajón. Las experiencias que ponen en práctica esta pedagogía se multiplican y los y las profesionales que se dedican a ella también. Los pilares en los que se basa son sencillos: respeto a los niños y las niñas, tanto a sus procesos de aprendizaje como a sus ritmos personales. Cambia el centro del sujeto en la docencia, de tal forma que ya no habrá una maestra que enseña sino una guía que acompaña. Los protagonistas son los pequeños y las pequeñas que conducen de forma activa su propio aprendizaje.
La experiencia es la clave. Así, irán descubriendo el mundo que les rodea a partir de su curiosidad y llegarán a tener la capacidad para manejar conocimientos y gestionar situaciones que consideramos imprescindibles para desenvolvernos en la vida en sociedad. Dentro de los entornos que asumen este enfoque, y sobre todo en la etapa que se extiende hasta los 6 años, el juego es la experiencia fundamental. Sabemos que el cerebro se desarrolla de la mejor manera si permitimos que los peques jueguen en libertad. Las conexiones cerebrales se multiplicarán y sentarán las bases de una mente sana y preparada para asumir los aprendizajes que llegarán en etapas posteriores.
En este ámbito, cuando se habla de intervención, se suele limitar a los momentos conflictivos. Cuando surge violencia física o verbal, los acompañantes median. El momento en que se interviene varía según el espacio. En algunas escuelas no se permite pegar o insultar en ningún caso. En otras prefieren que los niños y las niñas gestionen sus conflictos y sólo aparece el adulto cuando la situación llega a resultar abusiva para una de las partes. En el resto de ocasiones, en general, se observa cómo actúan y se relacionan. La observación se vive en ocasiones como algo casi sagrado. Por el afán de respetar la libertad se analiza hasta el extremo la oportunidad de intervenir o no. No podemos llegar a situaciones absurdas y tiene que imponerse el sentido común. Para mí no tiene razón de ser este tipo de educación si no busca, entre otras cosas, cambiar el modelo social insolidario y discriminatorio. Por esto reivindico la intervención en momentos puntuales en los que aparezcan comportamientos machistas o sexistas. Estoy convencida de que en muchos ambientes se actúa si se dan comportamientos racistas, por ejemplo. Entonces, si los peques reproducen esquemas patriarcales, ¿por qué no informarles de que lo son? Si alguien asigna un papel a otro por el hecho de ser varón o hembra, ¿por qué no explicarles la capacidad que tenemos para ejercer cualquier tarea? Existen algunas escuelitas que no incluyen entre sus materiales los que son susceptibles de clasificación sexista, es decir, las muñecas, las cocinitas, los utensilios de limpieza de la casa…Yo no creo que pretender ignorar el juego simbólico relacionado con los cuidados sea lo más adecuado pero sí que lo utilicemos como un instrumento para educar en igualdad. Otra cosa es que la formación personal que tengamos sea la adecuada. Por desgracia, tenemos una mochila que viene de serie bien cargada de información patriarcal y a veces no es fácil reconocer nuestras carencias en este ámbito. El modelo que defiendo es por tanto la educación activa, democrática, solidaria, tolerante y también, sí, feminista.