Mi carnet de feminista
Tengo un secreto: soy feminista y he parido. Sí, tengo un hijo y una hija (el orden no es discriminatorio, él nació antes; la próxima vez tengo primero a la niña). Yo pensaba que la experiencia estaría bien: me gustaban los bebés y me apetecía mucho. Y tuve al primero. No se puede decir que fuese una inconsciente, bueno, ya sabemos que procrear es la mayor inconsciencia del mundo. Me refiero a que era una mujer con una formación académica que se supone más o menos alta, con activismos varios y cierta edad (fui eso que algunos ginesaurios llaman “primípara añosa”, que es lo más feo que me han llamado en la vida). Vamos, que a priori todo parecía indicar que sabía en lo que me metía. Pues no queridas, había una cosa que no podía imaginar. Fue nacer mi churumbel y ¡zas!, una parte importante de mi entorno, se empeñó en quitarme mi carnet de feminista. ¿Qué por qué? Pues parece que es incompatible tenerlo si se te ocurre darle teta a tu cachorrillo. O si no lo aparcas con los abuelos para tomarte unas cañitas (que todo sea dicho, buena gana tienen de ponerse a limpiar cacas pese a lo que nos empeñamos en creer).
Os voy a confesar que en un momento de debilidad llegué a pensar que tenía que entregar el carnet. Pero como soy muy organizadita, me informé y ¡date! Como en casi todo en esta vida no era la única que iba con la cartera en la mano todo el día para no perderlo. Había otras. Muchas veces escondidas, pero estaban allí. Y también eran feministas. Y eso no es todo…Mi carnet iba a pasar a estar reconocido incluso desde el ámbito académico. Y descubrí que hay otros mundos más allá del feminismo institucionalizado para el que no se te tiene que notar que has parido. Y por esos caminos resulta que nada es indiscutible, ni Simone de Beauvoir.
Y ahora luzco un carnet reluciente gracias a Adrienne Rich, a Sara Ruddick, a Silvia Federicci y a tantas otras. Y sigo en la lucha.